jueves, 23 de febrero de 2012

El Kelper tiene quien le escriba

Esta semana un grupo de intelectuales, aparentemente de procedencia argentina, ha publicado un documento postulando “una versión alternativa sobre Malvinas”.

Generalmente uno tiende a pensar que existen ciertos límites que los cegados por el resentimiento no están dispuestos a atravesar cuando ejercen su antikirchnerismo, pero claramente este no es el caso.
Los multimedios que publicaron dicho documento contribuyeron a militar su difusión aprovechando el carácter provocador y desafiante del mismo, en sintonía con lo que al parecer consideran un golpe a la política oficial, apoyada en gran parte por sectores de la oposición. También, -hay que decirlo- tuvieron la bruta cortesía de nombrar “intelectuales” a un grupo de escribas entre los que se hallan Jorge Lanata, Pepe Eliaschev, Gustavo Noriega y el diputado y profesor de gimnasia Iglesias. Todo un detalle.
Revestiría cierta gravedad si no fuera porque se trata de una expresión de un grupo marginal de rabiosos antioficialistas, y que no tiene correspondencia en el seno de la población.

Puntualmente, el documento hace un llamado a respetar un criterio de autodeterminación de los que habitan las islas “por generaciones”, incluso “antes de que nuestros ancestros llegaran” a la Argentina como inmigrantes. Dicen respecto a los kelpers que “respetar su modo de vida implica abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean”.
¿Ninguno de los que suscribe el documento pensó quizás que jamás desearán tener otro gobierno que no sea el inglés, precisamente porque constituyen una población inglesa transportada hacia un territorio de ultramar para ocuparlo? Al parecer no.

No hacen falta demasiadas luces para advertir que el criterio de “autodeterminación” de las poblaciones resulta obsoleto al pretender aplicarlo en territorios usurpados.
Sucedió algo similar en Gibraltar en 1967 cuando se llevó a cabo un circo electoral que simuló ser un plebiscito para definir la suerte de la población del peñón que, naturalmente y para sorpresa de pocos, decidió mantener el vínculo colonial con Gran Bretaña. En 1968 una resolución de la ONU, (al parecer, órgano patriotero y chovinista al servicio de la intempestiva España) hace caso omiso del resultado de dicho plebiscito y vota a favor de que se reintegre dicho territorio a España, reconociendo su soberanía sobre éste.
Solo una estupidez sin límites dejaría de advertir que una potencia colonial, generalmente, tiene la precaución de ocupar sus territorios conquistados, en mayor o menor medida, con su propia gente, la que será portadora de los rasgos consuetudinarios, culturales e identitarios de la nación de la cual provienen. Esto constituiría una característica necesaria para que una colonia se precie de ser tal.
La otra opción es el sometimiento y la coerción de las poblaciones originarias. Pero ese no es el caso de Malvinas.
Es por ello que la propuesta que enarbolan en dicho documento, como si se tratara de una innovación lúcida, moderna y despojada de concepciones arcaicas, se constituye de hecho en una legitimación del colonialismo en pleno siglo 21.

Aunque para los afiebrados demócratas eurocentristas que suscriben dicha propuesta suene poco simpático admitirlo, cuando se discute soberanía, importa poco la opinión de los que cumplen la tarea de ocupar el territorio en nombre del colonizador.
Insólitamente, pretenden subordinar la soberanía a los “deseos” de los kelpers, es decir, los derechos legítimos sobre un territorio a los deseos que tengan sus ocupantes de entregarlo.

Al parecer, este grupo autóctono de filobritánicos, justifican tamaña claudicación a la corona por temor a claudicarle al fantasma del nacionalismo patriotero, del que se apuran acertadamente a escapar despavoridos. Es decir que temiendo claudicarle al fantasma del nacionalismo chovinista del que -aseguran- fuimos víctimas hace 30 años, optan por claudicarle al imperio británico. Esa constituiría la "visión alternativa" sobre Malvinas que tienen para ofrecernos.
Y no por descabellado que parezca deja de ser tristemente cierto: Ni bien fue publicado el documento, fue reproducido por medios británicos como el telegraph, en lo que fue entendido como un guiño a las pretensiones coloniales inglesas siendo hábilmente presentado como la demostración de que, en el plano político nacional, existían grietas respecto a la causa Malvinas y que por ende, no constituía una verdadera y sólida “política de estado”.

Ciertamente es lamentable y patético que un grupo de opositores al gobierno –y que están en su pleno derecho de ejercer la mas intransigente de las oposiciones- por impotencia o resentimiento, se constituyan de hecho en una comisión argentina de defensa de los intereses británicos, y sean los artífices de un destello de cipayismo cuyo propósito fue el de amplificar la pretensión de los kelpers sobre parte de nuestro territorio nacional ocupado.
Pero el hecho de que lo hagan sosteniendo argumentos tan limitados y precarios, debiera también servir como indicador de su impotencia intelectual y de la estrechez de sus horizontes.

Las Malvinas estarán mas cerca de ser recuperadas en tanto se constituya efectivamente en una causa nacional, se difunda masivamente su historia y con ello, las razones histórico-geográficas que sustentan los reclamos nacionales sobre dicho territorio.
Considero que la educación y la concientización, acompañada por una política de estado coherente y sostenida en el tiempo en el campo diplomático, mas una respetable capacidad de disuasión en materia de defensa, son constitutivas de una estrategia anticolonial que tenga ciertas perspectivas de éxito en el mediano o el largo plazo.
Es en ello en lo que debemos abocarnos.

MS

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